Luces (1955) de Fanny Rabel
por Dina Comisarenco Mirkin
“Piececitos de niño,
dos joyitas sufrientes,
¡cómo pasan sin veros las gentes!”
– Gabriela Mistral
Luces, también conocida como En la calle, de 1955, resume la ternura, honestidad y realismo con los que la destacada artista Fanny Rabel (1922-2008) siempre interpretó a la niñez, uno de sus temas favoritos.A través de la melancólica expresión de los ojos del niño, sentado en el piso de una sombría esquina citadina, abrazando a sus propias piernas como desesperado intento para protegerse del frío y del abandono que calan todo su cuerpo desde sus piececitos descalzos, Rabel denunciaba la crueldad de la pobreza que desdichadamente hiere hasta a los más pequeñitos.
Los edificios y los carteles luminosos representados en el paisaje urbano del fondo, otro de los temas característicos de la producción artística de Rabel, resaltan la deshumanización de sus habitantes, retratados en el plano medio de la pintura como sombras de autómatas sin alma, indiferentes al drama de la soledad y el desamparo del niño, que la sensible mirada de la artista ubica, en cambio, en el primer plano de su obra, para que por lo menos nosotros, los espectadores, no podamos evitar el verlo.
Refiriéndose a sus famosos niños, y tal y como puede constatarse en esta obra, decía muy acertadamente, la misma Rabel, que se trata de “imágenes que no dejan de ser bellas” pero que, al mismo tiempo, “a través de esos ojos, labios y gestos”, como los del pequeño niño retratado en Luces, “son espejo de la amargura y la pobreza de un pueblo que nos recuerda que no todo es luz y lentejuelas,”[1] tales y como las de los modernos negocios representados en el fondo de la obra, incluido justamente el de una compañía eléctrica, con sus imponentes logos luminosos.
Fanny Rabel fue una artista nacida en el seno de una familia judía en Polonia, que como tantas otras familias de aquel entonces, se vio forzada a emigrar para escapar del horror de la persecución y de la guerra. En México, el país que la acogió y que Rabel adoptó como propio, realizó una sobresaliente carrera artística, estrechamente entretejida con las problemáticas sociales de la época, y con los protagonistas principales del ambiente artístico de entonces, tales como Frida Kahlo, Diego Rivera, José Chávez Morado, y David Alfaro Siqueiros, que fueron sus maestros.
Si bien el espectro expresivo y temático de Rabel fue muy amplio, abarcando principalmente el género del retrato, la pintura costumbrista, los paisajes urbanos, la representación de escenas y personajes del mundo del teatro, y muchos otros de carácter más existencial tales como la soledad y las convenciones sociales que nos aprisionan, el paso del tiempo y la nostalgia, de todos los hilos de continuidad entretejidos y reiterados a través del tiempo en su obra, sobresale muy particularmente el tema de los niños, pues como decía la artista, su sufrimiento es una cuestión que hiere particularmente la sensibilidad de cualquiera. Efectivamente, afirmaba Rabel que:
“la presencia del niño en el pueblo mexicano es una realidad preñada de lucha por la vida, de actividad constante, de ansia, de inquietud y al mismo tiempo de patética sumisión ante una herencia de dolor y de tristeza. Ya sólo el hecho de sobrevivir, en el campo y en los barrios populares de las ciudades, es la primera pelea [ganada] a las enfermedades y la desnutrición por aquellos que sin saberlo, ya entraron en el diario bregar por la existencia. Y ahí empieza ya ese niño a cargar al hermanito menor mientras la madre echa las tortillas o lava la ropa, después ayudará, apenas a los tres o cuatro años, a traer a casa el “mandado”, […] los niños con sus grandes ojos soñadores miran y absorben esa tremenda realidad del pueblo mexicano, tan trágica y sin embargo tan preñada de belleza y esperanza.” [2]
Escribió alguna vez el destacado artista Leopoldo Méndez, amigo y compañero de la artista, que entre los discípulos de Rivera destacaba Rabel, principalmente por su extraordinaria sensibilidad y sentimientos humanos. En sus propias palabras y en relación con el tema de la representación de la niñez, que aquí nos ocupa, dijo el grabador que Rabel era una:
“mujer de grandes contrastes en su obra, que lo mismo la vemos acometer, desde altos andamios, la ejecución de una pintura monumental, que dedicar hora tras hora, año tras año, a la tarea de grabar o pintar pequeñas obras inspiradas en la vida de los niños, los que observa y recrea con los ojos de la inteligencia y del alma. Esa tarea suya tan digna de consideración y atención de todos se orienta generalmente a reflejar los aspectos que la gran tragedia moderna impone a las vidas de seres tan jóvenes y que ella como madre y como artista siente en cada niño que ve …” [3]
Efectivamente, incluso cuando pintaba los grandes murales a los que hacía referencia Méndez, Rabel generalmente incluía en ellos el retrato de niños, casi siempre con su muy singular conjunción de ternura y realismo, que caracterizaba a su visión del mundo. Con el destacado crítico Jorge Crespo de la Serna podemos constatar que Rabel, “ateniéndose a la realidad, en la que aisla con tino lo que hay de más dramático en ella, […] penetra hondamente en la esencia de los seres que siente muy cerca de su corazón.”[4]
Rabel pintó Luces en 1955, cuando el crecimiento urbano de la ciudad de México estaba alcanzando un aumento demográfico sin precedentes. La migración del campo a la ciudad era entonces muy numerosa, y los asentamientos irregulares de las colonias populares se multiplicaban a pasos agigantados, sin que la ciudad pudiera garantizar los servicios urbanos mínimos necesarios para su desbordante población. Con su imagen, Rabel retrataba la otra cara del México moderno del así llamado “milagro mexicano,” pues para Rabel, aguda y sensible observadora de la realidad de su época, pese a las promesas constantes de bienestar, de prosperidad y de optmismo propias de aquel entonces, quedaba claro, que en lo que a desarrollo social se refiere, a mediados del siglo XX, había todavía mucho camino que recorrer.
Su obra registra los efectos del proceso de industrialización y urbanización, no en las estadísticas y en los discursos oficiales, sino en la dramática vida personal de un niño pobre en la ciudad. Sin caer en la sentimentalización excesiva ni en la brutalización de la pobreza, propias de otras obras artísticas de la época, Rabel nos enfrenta con una imagen de sufrimiento, de privación, y de desolación, pero también de belleza y de ternura, generando así, al mismo tiempo nuestra simpatía y solidaridad, y, con ellas, la esperanza de que esta dramática realidad, algún día llegaría a su fin.
En 1959, el Taller de Gráfica Popular publicó su monografía tituladaNiños de México, constituida por 27 estampas, obra que fue acogida por la crítica contemporánea como una creación consagratoria por tratarse de un verdadero “poema gráfico”[5] que fielmente retrataba la realidad del país, a través de sus niños. Una de las obras incluida en esta antología gráfica era, precisamente, una reinterpretación litográfica de la obra que aquí nos ocupa,Luces, que ahora, a través del contraste de la luz y la sombra propias del medio, enfatizaba una vez más, el tema de la oposición abismal entre la pobreza y la riqueza, que ya señalamos como uno de los contenidos simbólicos protagónicos de su pintura.
Desde aquel entonces, la pintura y el grabado, fueron reproducidos en numerosas publicaciones sobre la producción artística temprana de Rabel, pero también, reconociendo su extraordinario valor expresivo y paradigmático, se los ha utilizado como símbolo icónico de la injusticia social, en artículos que reseñan la importancia fundamental de la niñez, y de la imperiosa necesidad de defender siempre a sus derechos humanos. Con Enrique Gual podemos concluir que:
“Fanny Rabel ha desgranado un inmejorable santoral de niños: el que vende pan, la que vende dulces, los incrementadores de alcancías, el niño del berrinche, la hija de la artista, etcétera, constituye una formidable secuencia de compasiva ternura, de homogeneidad de sentimiento … La trascendencia de la simbiosis Rabel-Infancia, reside en saber ver la pintora más allá de la pura actualidad infantil; hastiada de mal, anhela inconscientemente que estos niños conserven para siempre su estado de bondad, de lo que redundaría el mundo inmaculado percibidio en las brumas de una de esas utopías, que, quien más, quien menos, alimentamos todos en estados de vigilia.” [6]
Bibliografía
Archivo Paloma Woolrich
Comisarenco Mirkin, Dina. “Between the Absence of Images and the Duty of Memory: The Survival of a People Due to Their Spirit (1957) by Fanny Rabel,” Jewish Women: an Interdisciplinary Journal, Toronto University, vol. 9, no.2, 2012.
Crespo de la Serna, Jorge Juan, “Los maravillosos niños de Fanny Rabel,” Pintores del siglo XX, México en la Cultura, suplemento cultural de Novedades, 22 de marzo de 1959.
Gual, Enrique F., La pintura de Fanny Rabel, México, Anahuac, 1968.
Hijar, Alberto, “Del tiempo de Fanny Rabel,” Revista de Bellas Artes, 1975, pp. 52-55.
Rabel, Fanny, El Heraldo, 6 de diciembre de 1987
Rabel, Fanny, “Niños de México,” Mujeres del mundo entero, Berlín, F.D.I.M., 1960.
Tibol, Raquel, Fanny Rabel: 50 años de producción artística. Exposición retrospectiva, Museo del Palacio de Bellas Artes, México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 1993.
Fanny Rabel, El Heraldo, 6 de diciembre de 1987.
Rabel, Fanny, “Niños de México,” Mujeres del mundo entero, Berlín, F.D.I.M., 1960, pp. 20-22.
Leopoldo Méndez, escrito a máquina, consultado en el archivo Paloma Woolrich.
Crespo de la Serna, Jorge Juan, “Los maravillosos niños de Fanny Rabel,” Pintores del siglo XX, México en la Cultura, suplemento cultural de Novedades, 22 de marzo de 1959.
Prueba de este hecho es que muy frecuentemente, para ilustrar artículos conmemorativos de la celebración del día del niño, en la prensa nacional se utilizaron obras de Rabel. Ver por ejemplo “Día del niño. Imágenes de Fanny Rabel,” Revista de Revistas. Semanario de Excelsior, no. 3874, 27 de abril de 1984, pp. 19-21.
Gual, Enrique F., La pintura de Fanny Rabel, México, Anahuac, 1968, p. 71.